Es bueno de vez en cuando tener delirios.
Vienen con su poquito
de locura, de enajenación, pero no importa.
En ciertas fases nos
hacen perder el tino,
quizá porque el tino suele ser tedioso.
Los delirios nos
sacan del mundo cotidiano,
nos arrojan en brazos de la desmemoria
y así, sin la menor prevención disfrutamos del
olvido.
Por una vez ¡que
excepción! saltamos por encima de esa valla llamada horizonte
y nos abrazamos con otros delirantes que nos
inventan nombres y destinos.
Los delirantes
pasamos al lado de la muerte y le hacemos un guiño.
Nos movemos como si
fueramos eternos, sin tomar precauciones,
mas o menos sonámbulos, festejando los rayos y
los truenos y mirando a traves de la lluvia.
Los delirios son
premios , vida entre paréntesis,
pero cuando el
paréntesis se cierra y regresamos a lo cotidiano, a lo cabal, a lo de siempre,
sentimos entre pecho
y espalda una aguda nostalgia del delirio.
M. Benedetti
“…allí estoy en la más inmediata e
intima unión con el mundo, unido hasta tal punto que olvido facilmente quien
soy en realidad.”Perdido en mismo”es
una frase adecuada para designar ese estado. Pero ese mismo es el mundo, o un mundo cuando puede verlo una consciencia. Por
eso hay que saber quién se es.”
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